PARTE 1
Era el último día de verano. El cielo anaranjado se comenzaba a tornar violeta mientras el sol se sumergía en el mar. Una suaves olas batían contra el acantilado empujadas por las primeras brisas otoñales y yo me bañaba despreocupada como mi despedida al verano. Sara buceaba bajo mis pies intentando hundirme y yo me reía sin parar de sus pobres intentos. Tras media hora de chapoteos y zambullidas decidimos salir del agua. A nuestro alrededor quedaban unas pocas parejas y una familia con sus hijos. Sara los miraba con ternura sin que ellos se llegasen a dar cuenta de que estaban siendo observados. Compramos unos helados en el puesto más cercano y nos sentamos en una pequeña colina desde la cual se podía ver el paradisiaco paisaje. Mientras los tomábamos hablamos de temas sin importancia entre carcajadas y bromas.
-¿Qué tal llevas Magisterio?
-Bastante
bien, me encantan los niños así que quiero acabar lo antes posible la
carrera y poder trabajar como profesora. Cuando sea más mayor espero
poder tener hijos.
-Los tendrás, mujer. Eso no lo dudes.
Después
de esa charla recogimos nuestras cosas y volvimos a casa en bus. Sara
desde pequeña había sido una niña muy alegre y dulce, lo que más le
gustaba era sonreír y que los demás estuviesen siempre contentos. Sus
pequeños ojos verdes y sus pecas alrededor de la nariz le daban un
aspecto de niña pícara y risueña. Con mucho esmero se había dejado
crecer su típico pelo rubio corto hasta la cintura, por lo que ahora
sonreía feliz con su larga trenza. El autobús paraba antes en mi casa
que en la suya así que le di un abrazo y me despedí de ella antes de
bajar. Sara me respondió con un beso en la mejilla y una amplia sonrisa.
-Mañana no creo que podamos quedar, tengo que ir al médico. Nos vemos el lunes.
Le
respondí con un sí moviendo la cabeza y la saludé desde fuera del bus
antes de que este arrancara. Caminé cinco minutos hasta mi casa y
después de bañarme y ponerme el pijama, pasé el resto del día viendo la
televisión. A las 12 me metí en cama, pero primero le mandé un mensaje a
Sara felicitándole el cumpleaños. Nuestra vida no estaba tan mal
después de todo...
Eso creía yo en ese entonces, ¡qué ilusa!
Aquel fue el último día que vi a la Sara que yo conocía, sus vivaces
ojos desaparecieron con el verano. Se sumergieron como el sol en el mar y
no volvieron a salir nunca más a la superficie. La llamé durante toda
la semana, nadie me cogió al teléfono. Me acerqué varios días hasta su
casa esperando a que saliese de su piso, pero no vi ni por un momento
una cabellera rubia asomar por la puerta. Sara no dio señales de vida
hasta finales de aquel mes.
Quedamos un martes en el que el cielo
intentaba recobrar su aspecto anterior. Unos tímidos rayos asomaban de
entren las nubes haciendo que aquella tarde se pareciese a la última que
habíamos compartido Sara y yo entre risas y bromas. Todo parecía igual,
sólo existía una cosa que había cambiado: el tiempo. De detrás de unos
altos árboles apareció Sara tras un mes sin saber noticias de ella. Al
principio me alegré mucho de volver a verla y pensé que todo volvería a
ir bien. La vida no es así. Cuando se
acercó pude comprobar los estragos que había causado el problema por el
cual se había ausentado, eran más graves de lo que yo creía. Su cara
parecía mucho más escuálida, sus sonrojadas mejillas habían desaparecido
formando ahora dos grandes hendiduras a los dos lados y sus ojos habían
perdido totalmente aquel brillo temerario y vivaz. La ropa que hasta
entonces le había quedado perfecta, ahora le caía debido a lo mucho que
había adelgazado. Su alma se estaba muriendo.
-Sara, yo...-no supe qué decir en ese momento-¿qué te ha pasado?
Miró hacia el infinito perdida en sus propios pensamientos y después fijó su mirada en mí.
-¿Te
acuerdas cuando te dije que quería tener hijos, ser profesora y cuidar
de los niños?-esbozó una sonrisa cansada- Qué feliz era en aquel
entonces, ojalá pudiese volver atrás.
-Pero, ¿por qué? Seguro que
lo conseguirás, yo estaré aquí para apoyarte siempre, no lo dudes. Sé
que te pasa algo, pero si de verdad necesitas ayuda te escucharé y ya
verás como conseguimos arreglarlo-le dije con voz esperanzadora.
-Qué inocente sigues siendo, Chris. Gracias, pero ya es demasiado tarde no puedes hacer nada por mí-cerró los ojos
-¿Por qué?-pregunté
Dos lágrimas cayeron de sus ojos mientras pronunciaba aquellas palabras:
-Tengo cáncer
No hay comentarios:
Publicar un comentario