ACORDES DE UN AYER
¿Sabes, Lena? Hoy es jueves y está lloviendo. Por la calle veo pasar a
la gente, todos van muy abrigados; con paraguas en la mano. Se mueven como una
masa: todos hablan y hacen lo mismo, solamente que cada uno con diferentes
acompañantes. Un niño se ha separado de su madre y ha comenzado a llorar, la
señora se ha acercado y le ha acariciado la cabeza diciéndole que ya le
comprará un nuevo juguete. Me da envidia. Añoro aquellos tiempos en los que la
felicidad era tan fácil de conseguir que con un simple regalo bastaba para
hacer sonreír a una persona. Los
cristales comienzan a empañarse y el cielo a tornarse cada vez más gris, pero a
mí no me importa porque ya he dejado de ver. Hoy me he levantado temprano con
ganas de hacer algo con mi vida, no encuentro sentido a mi existencia. Por la
noche he soñado contigo, al principio no sabía muy bien dónde estaba ni quién
eras, pero poco a poco el sueño se fue haciendo cada vez más claro hasta que te
pude reconocer. Estábamos en aquel pequeño local de conciertos que tanto te
gustaba, tú estabas al fondo. Me observabas fijamente sin apartar ni un momento
la mirada y yo salía al escenario sólo para cantarte a ti. Al comienzo todo iba
bien, la música sonaba suave y melodiosa, la gente cantaba a coro la letra
mientras yo cerraba los ojos y pensaba que en aquel lugar, las únicas personas
que habían éramos tú y yo. Pero cuando
abrí los ojos y salí del escenario para hablar contigo, aparecía más gente que
no me dejaba continuar y justo cuando llegaba a ti, ya no estabas.
Adiós
Esas fueron tus últimas palabras antes de desaparecer del local y de
mi vida para siempre. Últimamente casi no duermo y estoy faltando a muchas
clases en la universidad. Nuestros amigos han dejado de llamarme, Pablo, se ha
olvidado de mí. Hace frío. Dentro de poco será diciembre, pero aún así desde
entonces mi cuerpo se ha debilitado hasta tal punto que siento escalofríos
continuamente. No sé si me estoy muriendo. Ayer intenté salir de casa por
enésima vez, pero nunca consigo avanzar del recibidor. Me pongo la blusa, los
pantalones negros, la gabardina gris, mis botas de cuero negras y el
pintalabios rojo, pero cuando ya estoy llegando a la salida me empieza faltar
la respiración y necesito tumbarme y encogerme para pensar que no me moriré
allí. A veces creo que sería lo mejor. El mundo se desvanece por momentos y
tengo que abrazarme fuertemente para darme cuenta de que todavía estoy viva.
Cuando los ojos se me nublan me siento sola, pero más sola que nunca. No hay
nadie, grito hasta que me duele la
garganta para que alguien me escuche. Esa vez pensé que aquello nunca
terminaría y el sufrimiento seguiría hasta que exhalara mi último aliento allí,
pero no fue así. El dolor y la asfixia se prologaron una media hora, mas al
cabo de ese tiempo volví a tomar consciencia poco a poco de mi cuerpo y comencé
a notar cómo el calor volvía a mi semblante sudoroso y frío; aunque
rígidamente, podía volver a articular las extremidades. Desde ayer no lo he
vuelto a intentar por miedo a que me ocurra lo mismo de siempre, pero podría
decirse que ya me estoy acostumbrando a la situación, al dolor y a la angustia
que sufro en ese infierno.
Ahora mismo estoy al lado de la ventana tocando la guitarra acústica y
cantando. Estoy triste. Mi voz ha cambiado, se ha desvanecido despacio, muy
despacio, por todo lo que ha pasado.
Cada vez parece que estoy más afónica y
por mucho que intento tocar temas alegres lo único que me salen son canciones
en la tonalidad de Mi menor. Rasgo las cuerdas con cuidado, con tristeza, con
miedo a romperlas. Mis sentimientos van cambiando hasta llegar un momento en el
que necesito gritar, chillar y no poder hablar nunca más, así que comienzo, toco
más y más fuerte. Subo y bajo los trastes con furia, punteo hasta que me duelen
los dedos e intento soltar todo lo que hay en mi interior hasta quedarme vacía.
Sigue lloviendo con más intensidad que antes y a la vez que yo comienzo a bajar
el ritmo desenfrenado de la canción, la lluvia empieza a amainar hasta volver a
lloviznar como antes. He dejado la guitarra apoyada en mi cama y me he tumbado en
el suelo a llorar. Tengo los ojos completamente rojos y dos gotas resbalan
rápidamente por mi rostro hasta caer en mis rodillas. Oye, Lena. ¿Te acuerdas
de cuando íbamos al instituto? Yo sí, guardo esos días celosamente en mi
corazón como tesoros. He roto nuestra promesa de no llorar nunca solas, de
siempre ayudarnos la una a la otra. Realmente yo no he sido la primera en
romperla, fuiste tú cuando me abandonaste en aquel océano de desolación. Cada
día, pido volver a esos días en los que
nuestros únicos problemas eran qué ropa ponernos, a qué chico le gustaríamos,
qué notas sacaríamos... En aquel entonces no podía darme cuenta de qué papel
jugabas tú en mi vida porque nunca te habías marchado, pero ya se dice que uno
no aprecia lo que verdaderamente tiene hasta que lo pierde. Yo te perdí y
entonces me di cuenta de cuán importante eras para mí. Tengo 21 años y una vida
por delante, pero aún así no me apetece vivirla. Me siento vieja, he vivido
demasiado en muy poco tiempo. No puedo más. Pablo me volvió a llamar hace unos
días, pero yo no fui capaz de contestarle. No es que ya no le quiera, lo que
siento por él no ha cambiado en absoluto desde entonces, pero no me siento
suficiente para él. Yo ya no soy quién era y a veces es mejor olvidar que
sufrir porque el tiempo cura todas las heridas, incluso las más profundas.
Normalmente evito pasar por delante de tu habitación, la he dejado tal
y como estaba la última vez que la recogiste. Está llena de recuerdos tuyos y
míos, de recuerdos buenos y malos, y sobretodo de tu perfume. Puede que ya no
estés, pero para mí allí sigue oliendo a ese olor floral e intenso que tanto te
gustaba echarte. En aquella habitación aunque sea sólo para mí, sigues
existiendo. De vez en cuando entro y cojo aquellos álbumes de los que tú y yo
tanto nos reíamos, pero ahora los miro y en vez de reír me entras ganas de
llorar. Qué ironía, ¿no crees? Todavía hoy me pregunto por qué, por qué lo
hiciste aún teniendo a todos tus amigos y familia apoyándote. En este mundo hay
personas que nacen para tener fama, otras para tener dinero, pero tú naciste
para dar amor. Siempre fuiste muy
querida por todos y no había lugar al que fueras en el que no te conocieran.
Tus amigos te apreciaban de verdad y tu familia siempre te había querido y
comprendido, ¿cómo se puede truncar así el destino? Yo creo que la culpa fue
mía desde un comienzo, debía de haberte escuchado cuando empezaste hablar sobre
él y de lo que estabais haciendo. En aquel entonces yo estaba muy ocupada en
los exámenes finales y en mi relación con Pablo, así que lo que me decías no
llegaba a importar para mí, si a ti te parecía bien es que era conveniente. No
hay un día que no me arrepienta de lo que hice, no hay un día que no llore de
culpabilidad por lo que pasó. Todavía recuerdo cuando llegaste llorando a casa y
tiritando de miedo. Te agarraste a mí desesperada y empezaste a sollozar
pidiendo ayuda de tal forma que creo que ese día algo se rompió en mi interior.
Te había dejado aquel chico, te habían despedido del trabajo y te habías
quedado embarazada. Cuando me enteré creo que el mundo en que vivía se
derrumbó. Escucha, Lena, yo creo que todavía éramos demasiado jóvenes para todo
aquello, nos quedaba grande. Hasta entonces habíamos llevado una vida cómoda en
un piso compartido, yo estudiando y tú trabajando y por las noches nos
divertíamos con nuestros amigos sin pensar lo que podría llegar a pasar. Cuando
te dicen que estás embarazada puede ser la mayor alegría de tu vida, pero tú te
deprimiste de tal manera que dejaste de ser Lena. Yo creo que el pánico que me
entró me hizo no poder ayudarte y darme cuenta de lo que realmente pasaba,
cerré los ojos, tapé los oídos para no escuchar tu tristeza. Fue mi culpa.
Nunca olvidaré aquel día de verano en el que caía una fuerte tormenta, yo
llegué a casa ya muy entrada la noche y te encontré mirando por la ventana
fijamente y con la mirada perdida. Te giraste y con apenas un susurró dijiste:
-Me quiero morir
Yo a veces pienso lo mismo, pero nunca seré capaz de llegar a hacer lo
que tú hiciste. A pesar de todo amo demasiado la vida para perderla en un
suspiro. Cuando te escuché decir eso se me cayeron los vasos de cristal que
había comprado al suelo. Me dio igual pisarlos porque en aquel momento sentí de
repente tu dolor, tu angustia, tu desesperación. Sentí todo y se me clavó tan
hondo en el pecho que ya no me dolía pisar los cristales, tu dolor era
demasiado grande. Aunque en lo más profundo de mi alma sé que tú no me odiaste
por no estar constantemente a tu lado, sé que sufriste y que ante aquella
soledad de que tus seres queridos te hubiesen dado la espalda, la única
solución que encontraste fue desaparecer. ¿Sabes, Lena? Todos los días derramo
lágrimas por ti, porque tú para mí eras mi hermana y las hermanas nunca deben olvidarse.
Dejaste una profunda huella en mí y sé que no te gustaría ver que estoy
haciendo ahora con mi vida, ver en lo que me he convertido. Rezaré por ti y te
recordaré, pero sé que no me puedo anclar más en el pasado porque esto, es un
recuerdo y tú estás muerta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario