Diva

La llamaban La Magnífica. Su voz de soprano semejaba a las de los ruiseñores y se decía que podía hacer gorgoritos incluso en las notas más agudas. Su presencia en los escenarios era inigualable, el público se arrodillaba a sus pies como hipnotizados por una extraña melodía. Su carisma dejaba embelesados a los hombres y su belleza era objeto de deseo y crítica. Lo tenía todo, pero tras aquellas tupidas pestañas y penetrante mirada se escondía una enorme tristeza. Se la vio por última vez en el gran concierto de Viena. Su voz se apagó a la mañana siguiente: la encontraron muerta en su dormitorio.

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